martes, 31 de mayo de 2016

Conone a... ¡MARGARITA SALAS!

MARGARITA SALAS. HUMANISTA Y CIENTÍFICA.

     Hola, a todos y a todas. Soy Rosa Sánchez López-Guerrero, profesora de Servicios a la Comunidad del IES “El Greco.

     Os quiero presentar a Margarita Salas. Mujer excepcional: profesora ad honorem del CSIC y miembro de la Real Academia de la Lengua Española, con sillón “i” minúscula. ¡Qué casualidad!, “i” de “investigadora”, “inventora”, “impulsora”... Estaba predestinada a sentarse en este sillón.

     Figura histórica de nuestra Ciencia e inventora de la patente más rentable en España: la ADN polimerasa, una proteína que participa en la amplificación de los genes de un pequeño virus denominado Phi 29. 

     La importancia de este descubrimiento ha sido clave para la Ciencia española, ya que ha demostrado que con la investigación se puede generar dinero. De hecho, el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) ha ingresado cerca de 4 millones de euros por este descubrimiento, lo que supone casi el 50% de sus ingresos a partir de los royalties generados.

     Pero, comenzando por el principio. Margarita nació en 1938, en un pueblecito del concejo de Valdés, Canero (Asturias). Pasó su infancia y adolescencia feliz, en Gijón, rodeada por su familia y amigos, inmersa en un ambiente estimulante que la llevó a desarrollar vivamente una gran imaginación y creatividad.

     Ella misma, en diferentes entrevistas, cuenta una anécdota que le sirve para describir cómo su contexto sociofamiliar influyó decisivamente en la construcción de su pensamiento: su padre era psiquiatra. Regentaba un sanatorio. En la primera planta, vivían Margarita y su familia y, en la segunda y tercera plantas, vivían los pacientes. La parcela del edificio contaba con un gran jardín y una terraza que daba a la plaza de toros de Gijón. Un día, los internos jugaban en el jardín con un balón. Se les coló en la plaza de toros. Bajaron a recogerlo, pero no se lo quisieron devolver, a lo que los internos contestaron…”Pues la próxima vez que se les caiga un toro en nuestra casa, tampoco se lo devolveremos”.

     A finales de los años 50, se marcha a Madrid para estudiar Ciencias Químicas en la Universidad Complutense. Tras licenciarse, Margarita decidió dedicarse a la carrera científica. No fue una tarea sencilla. Se trataba de una época muy difícil para la investigación en España, especialmente siendo mujer. Sin embargo, no cejó en su empeño de dedicarse a su gran pasión: la investigación científica. Asesorada por un pariente lejano, el premio nobel de Fisiología y Medicina, Severo Ochoa, comenzó su tesis doctoral bajo la dirección de uno de los mejores investigadores españoles de la época.

     En 1967, tras completar su doctorado, emigró a Estados Unidos junto a su marido, también científico. Allí, les esperaban la Universidad de Nueva York y el laboratorio de Severo Ochoa. Con él, aprendió a valorar la importancia de la investigación básica, a la que considera el motor de la investigación aplicada y de la tecnología.

     Tras cuatro años, regresa a España. Desde entonces, vive entregada al estudio molecular de este pequeño virus que le ha llevado a crear tres patentes. Ha sido la impulsora de la investigación española en el campo de la Biología Molecular.

     Su currículum es extensísimo. Ha publicado cerca de 400 trabajos en revistas científicas de renombre internacional. Ha obtenido numerosos premios: Rey Jaime I de Investigación Científica y Técnica (1994), el Nacional de Investigación Santiago Ramón y Cajal (1999), la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo (2005); nombrada Marquesa de Canero por S. M. el Rey, por su contribución científica sobre la Biología Molecular (2008); Premio Madrid+d 2012, a la mejor patente. Asimismo, es miembro de numerosas academias y universidades, tanto en nuestro país como fuera.

     En la actualidad, sigue trabajando. Es presidenta del Patronato del Centro de investigación Severo Ochoa. Y, gracias a sus descubrimientos, la Biotecnología se ha convertido en un campo de investigación que mueve miles de millones en todo el mundo: en la industria agraria, de alimentación, médica y farmacológica, medioambiental y energética. 

     Ella es lo que atestiguan sus propias palabras: “Un investigadora tiene que ser rigurosa, vencer el desánimo; tener libertad e imaginación, y estar dispuesta a que el inmenso placer de investigar guíe tu vida. El trabajo es duro. Muchas veces rutinario, pero la recompensa merece la pena”.